Caído del cielo. Diksha Basu o las dos caras de Nueva Delhi

No se si será la magia de sus callejuelas, la filosofía de sus gentes o el aroma de sus especias, pero a mi Oriente me pone.

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Me ponen sus comidas, su cine (el gran Bollywood), sus atavíos, sus trajes, sus costumbres (a ver, todas, todas, lo que se dice todas sus costumbres, no; todo aquello que trata sobre las diferenciaciones entre hombres y mujeres no solo no me gusta sino que me irrita profundamente).

Y no me pone nada, pero nada de nada, su música. Esa, mire usted por donde, lo que me pone es de los nervios. Es más justo enfrente de la ventana de mi dormitorio tengo una academia de baile oriental. La de veces que he estado a punto de bajar con el pijama, cruzar la calle, entrar en el edificio, tocar el timbre y, en cuanto me abrieran, acercarme a a ventana y cerrarla de golpe porque si, porque les da por poner la música de címbalos, crótalos y otros instrumentos de corte esdrújulo a toda pastilla. Con la ventana abierta de par en par y dale que dale a la danza del viente, servidora, desde su casa, se sube por las paredes.

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En fin, que eso no es lo importante, que aquí lo que vamos a es a la novela de Diksha Basu, escritora y actriz ocasional natural de Nueva Delhi. Este es su primer libros y los derechos de adaptación los ha adquirido ya la mismísima Paramount Tv.

Nos vamos a Delhi, una de las ciudades más populosas de la tierra. Allí encontramos una urbanización de clase media donde viven varias familias que comparten los olores, los sonidos y la convivencia a través de un patio comunal en el que se celebran todo tipo de reuniones.

Los Jah son una de esas familias. El padre es propietario de una pequeña Start up, la madre un ama de casa típicamente india y el hijo, Ruptha, está becado en una universidad (secundaria, no de la Ivy League) de Nueva York para hacer un master en economía.

El título «Caído del cielo» hace referencia a lo que esa frase significa para la cultura oriental, que viene a ser (mas o menos) lo mismo que para la nuestra: que es algo inesperado, que no se ha trabajado, buscado y, mucho menos, merecido. Eso es lo que les pasa a los Jah, a quienes, sin comerlo ni beberlo, les llueven veinte millones de dólares producto de la venta de su pequeña empresa a una gran multinacional informática. Ese dinero es el que cambiará sus vidas, para bien, para mal o para ni se sabe.

Lo primero que provocará es la «obligación» de trasladar su residencia del barrio habitual a uno de los más selectos de Delhi. Pero no todo (ni solo) estriba en cambiar de casa. Ello supone, a su vez, el cambio de coche, de vestuario, muebles, amigos, servicio…. O lo que es lo mismo, cambiar tu vida. Porque lo que es aceptable en un barrio de clase media no lo es, en absoluto, en una urbanización de lujo, Y mucho menos es una sociedad tan elitista como la india.

El señor Jah está pletórico, feliz como una perdiz, encantado de haberse conocido. Por fin el destino le ha otorgado lo que el considera justo. Otra vida. Sin privaciones, limitaciones o cortapisas. La señora Jah no lo está tanto. A ella ya le venía bien la vida de antes. Es una mujer tradicional, de la que se compra los sarís de buena calidad y, además, se los plancha. Acostumbrada a su vieja vivienda se hace una reflexión que a mi, personalmente (dada mi afición a fotografiar todos los huecos en las paredes que se me pongan por delante), me ha parecido enternecedora: las ventanas de su antigua casa daban a la calle, al ruido, a la vida; las actuales dan al silencio, a la sombra de los árboles, a la nada. ¿A que es bonito?

Y asi, como buena oriental, Diksha Basu reflexiona ella, y nos hace reflexionar a nosotros, sobre si realmente queremos lo que creemos querer y si estamos dispuestos a pagar por ello. Porque una cosa es soñar y otra, muy distinta, vivir. Que todo tiene un coste y  que antes de embarcarnos deberíamos tener muy claro si el precio está ajustado a lo que «compramos» o es verdaderamente inasumible.

Capítulo a capítulo se van desgranando envidias y admiraciones, amistades y conveniencias, apariencias y realidades.

Y, por si no tuviéramos poco con todo ello, Diksha nos lleva también a Nueva York de la mano de Ruptha, el hijo, para quien todo ese cambio también va a suponer una alteración en su forma de vida y en su concepción de la misma. Y allí, de nuevo, vuelve a sacar el gran tema en los escritores orientales de hoy: el conflicto cultural entre oriente y occidente, la aceptación o no y la adaptación al medio o el fracaso.

Y es que no hay nada que salga gratis, Sin no lo es lo que tenemos que conseguir con nuestro esfuerzo-dinero, mucho menos lo será aquello «caído del cielo».

Un libro que se lee bien, en el que no caben las grandes tragedias, los amores eternos o los psicópatas irreductibles. Una historia sobre gente normal (todo lo normal que puede ser al que le caen veinte millones del cielo) con vidas y problemas normales.

Una escritora que se centra en lo cotidiano para separar el grano de la paja. Para separarlo ella y para que lo separemos nosotros.

Una visión de la India actual de una mujer que apunta maneras para ser una gran narradora al estilo de Anita Nair o Jhumpa Lahiri.

Una historia simpática y triste a la vez.

Como la vida misma.

Hasta el jueves (o no)